Algunos psicólogos piensan al miedo como la emoción más básica y primitiva del hombre. Hegel tiene un texto maravilloso llamado "Dialéctica del amo y el esclavo", en donde explica que la dominación se da por el miedo del vencido, que prefiere ser dominado antes que morir (el tema central del texto es el origen de la cultura, sin embargo, yo lo entiendo más como una contribución al entendimiento del fenómeno del poder). En este sentido nadie nunca ha podido explicar hasta qué punto la gente puede aguantar a su opresor antes de rebelarse (aunque, como dice Foucault, otro lúcido pensador del poder, el sujeto siempre tendrá un mínimo de movilidad frente a los procesos estructurantes que lo constriñen, y con ello, la oportunidad de liberarse).
En la entrada pasada hablé un poco sobre personajes que me inspiraban de la historia de México. Todos ellos héroes nacionales, inmortalizados por el billete de 20 o por el nombre de la delegación más chévere del defe. Sin embargo, también admiro a algunos genocidas "enemigos de la patria". Tal es el caso de Hernán Cortés, quien con 500 hombres conquistó a un imperio de 200,000 (claro que, habían muchos elementos a favor de los españoles, como las alianzas con otros grupos indígenas, la superioridad tecnológica y estratégica, la viruela y la gripe, las creencias nativas que impidieron atacar de primera mano y el hecho de que no todos los pobladores de Tenochtitlan eran soldados). Uno de los actos más osados de la historia fue el que Cortés hizo cuando ordenó quemar los barcos y "conquistar o morir". A pesar de lo macabro que suena esto, me inspira bien cabrón. Si pensamos la coyuntura histórica de Cortés, nos daremos cuenta lo valiosos que fueron sus actos: 1) dejó su tierra natal en una época en donde se nacía, vivía y moría en el mismo sitio durante generaciones, 2) no dejó su tierra para irse a otro lugar en Europa, sino que se embarcó a tierras desconocidas donde no se tenía ninguna idea de lo que iba a enfrentar, 3) desobedeció una orden del rey y se rebeló contra las autoridades de la actual Cuba, 4) quemó los barcos en los que se transportaba y con ello cualquier forma de escape y 5) se enfrentó a un enemigo que lo superaba numéricamente por mucho. Cortés fue un tipo increíblemente valiente, que prefería morir a ser dominado: él no sabía de antemano que las enfermedades o las creencias indígenas le ayudarían a su victoria final. Tenía una fe irracional en que conquistaría, y parecía que veía el futuro. Creía cumplir una misión histórica, lo mismo que la reina Isabel expulsando a los árabes de España decádas atrás.
Claro, la historia navegaba en favor de Cortés; no pasó lo mismo, por ejemplo, con la fe irracional de triunfo que había en Hitler. Alguna vez ya había escrito que son las circunstancias históricas las que cierran o abren caminos a las vocaciones individuales, de grupos o naciones, y bueno, lo vuelvo a decir ahora. Es difícil intentar predecir el futuro y planificar a partir de ello viviendo en la incertidumbre, pero nos queda el derecho a tener fe, que acompañado al conocimiento lo más preciso posible de nuestra situación, puede convertirse en el motor de liberación de nuestra propia vida. Aunque el resultado final sea algo que no se puede controlar totalmente, tampoco se puede, simplemente, dejarlo todo en manos del azar.
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