- ¿a que le tienes miedo? Me preguntaron en una ocasión. La pregunta venia acompañada de una mira morbosa por parte de mi interlocutor. Abrí los labios para contestar, pero no emití palabra alguna pues no estaba segura de la respuesta . De inmediato pensé en la muerte, pero para ser honesta eso me parece un cliché, digo, no es algo que verdaderamente me atemorice. Acto seguido se me vino a la mente la soledad, “el miedo a la soledad”, pero de pronto recordé que paso las tres cuartas partes de mi día sola, así que estoy segura de que no le temo. De niña solía temerle a los rufiansillos que por las calles deambulan con pinta de ir buscando desahogo para sus perversas intenciones, y aunque aún les guardo ciertas precauciones no diría que estos encabezan mi lista de temores, si lo hicieran mi vida no sería sino un cumulo de temores a lo cotidiano.
No estoy segura de cuanto me perdí en mis “reflexiones”, pero cuando recordé que estaba a mitad de una plática busque los ojos de esa persona que, con actitud curiosa, aun esperaba mi respuesta.
-a tu pregunta. Le conteste al final. En seguida, sintiéndome un tanto aliviada, me aleje antes de que pudiera interrogarme de nuevo y mientras caminaba, sin saber por que, se me vino esta frase a la cabeza: “no escuches el canto de las sirenas”
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