En medio de aquella silenciosa noche, con la bata y las pantuflas puestas, se encontraba de pie en el umbral de la puerta de ese cuarto, contemplándolo, aun ahora, no se atrevía a dar siquiera un paso dentro, como siempre había ocurrido en la vida de su hija. De algo estaba segura, su fría y lejana relación había sido la causa primera de aquella muerte.
Ante tales ideas y sin poder contenerse más, fue resbalándose poco a poco hasta que quedo sentada en el piso y comenzó a llorar, era absurdo, pero nada mas podía hacer. El vacio y la culpa la consumían de adentro hacia afuera -quizá esa no había sido su intención- le decían algunos para consolarla, pero igual lo había hecho, la había abandonado.
Y mientras ella se lamentaba, desde un obscuro y asfixiante lugar, lo que quedaba de su hija la contemplaba con algo que no eran ya sus ojos, e inútilmente trataba de gritarle, de pedirle perdón, de pedirle ayuda. Ahora se sentía inmensamente arrepentida “si hubiera sabido” se decía a si misma una y otra vez con un dejo de desesperación, pues jamás se habría imaginado que la muerte fuera así, tan difícil, tan indefinida y en fin, algo así como una tortura.
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