sábado, 6 de febrero de 2010

Días para no olvidar

Chocolate y viejos temores sobre la mesa, el silencio nos sedujo y dejamos que las palabras que no pronunciaron nuestras bocas se las llevara consigo, pues, con nuestra sola presencia en esa sala, estaban ya dichas. El clima parecía entender que se venia algo mas que una tregua, se cerro el cielo y seso la lluvia. La cama tendida, nosotros, dos personas de 22 años, vueltos niños sólo por esa noche, cruzamos la puerta. Nuestras rizas se hicieron una, la cotidianeidad se torno simple y ligera, al grado que el frio a penas entraba, para salir en seguida. Sabíamos que nada de eso duraría, pero pretendimos vivir como si el tiempo no fuera a hacer de las suyas. Dimos aliento a viejas historias, nuestras historias, las que ya habían sido escuchadas, pero que, por aquellas tontas circunstancias tenían sabor a inéditas. No sabíamos si mañana llovería de nuevo, el clima es impredecible y nosotros lo somos también en cierta medida, pero por ahora las calles, los charcos en ellas, nos invitan a tomarnos de la mano y no mirar hacia arriba.

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