Me dejó ir.

Nunca había deseado a una chica con tanto afán.
¿Nunca había deseado amar a una chica con tanto afán? esa era una duda pendiente que me incomodaba ligeramente, un mosquito constituido por palabras y la incertidumbre sentimental dando ruidosas vueltas dentro de mi cabeza.
¿Una mariposa multicolor revoloteando dentro de mi abdomen, rozando inquieta y ocasionalmente mi corazón en bienintencionado pero peligroso ritual? eso dejémoslo para poetas de apartamento universitario y fanáticos de las telenovelas; brasileñas, pues en México no podemos darnos el lujo de la cursilería fina y hay que aguantar cada cosa...
Estábamos juntos, ¿la noche? fresca, ¿ella? preciosa, ¿el fin? impresionarla, encantarla, inundarla.

-Mira al cielo, ¿qué es lo que ves?
¿El momento? perfecto, su pregunta facilitaba el fin anteriormente mencionado.

-Veo la existencia de Dios, pues una imagen de tal belleza sólo puede existir por obra de alguien infinitamente poderoso y bondadoso.
Respondí enfocando el manto estelar, después, mirando sus ojos, disparé de nuevo:
-Y sin embargo tal espectáculo es ridículo comparado con la obra maestra del divino personaje, tú.

Tras mis palabras, ella no dijo nada y me forzó a preguntar:
-¿Por qué? ¿qué es lo que tú ves?

-Veo que es muy difícil entender por qué carajos hay un agujero tan grande en el techo de la sala de estar, si vas a tener una casa familiar fuera de la ciudad, ten la decencia de conservarla en buen estado, naco.

La sensación de humillación por sus palabras sólo fue equiparable al coraje que las mismas me provocaron, tomé las llaves de mi auto y dejé la casa de campo de papá con el rabo entre las patas.

Ella me dejó ir, seguramente alguien la recogió un par de horas más tarde y en realidad no me importa, jamás nos dirigimos la palabra a partir de ese día.