Me levanté tarde porque en mis inútiles intentos de ignorar la realidad me había desvelado la noche anterior en el teléfono.
Ese día mi hermana pretendía firmar un contrato y compartir el resto de su vida con su respectivo cónyuge.
Uno cree que esos días son de fiesta: sábado, tan soleado. No adviertes que por ahí se avecina algún gris o un velo.
Él estaba en cama todavía, no habíamos podido hablar la noche anterior porque se la pasaba dormido o muriéndose. Pero así soy yo y recuerdo que evitaba verle porque las piernas me temblaban.
Le escribí una nota, no había mucho que decir, habíamos tenido una vida compartiendo alegrías, pero así soy yo.
Qué esperas, día a día, esperas que todo permanezca ahí, seguro, inmutable.
Días antes él me dio esa mirada, esa jodida mirada, como si quisiera verme bien por última vez y yo le respondí con una sonrisa porque pensé que era algo apresurado pensar en panteones.
El día de fiesta se lo robó, también mi burbuja y mi sonrisa.
Como una planta me sequé, digo, es natural.