Recuerdo a mi Gerardo, bebiendo el tequila solo a tragos mientras nadábamos solos a la mitad del césped, despejado y con el sol; mi barriga de 16 o 17, no estoy seguro de mi edad en ese entonces, así como no estoy seguro de porque decidió irse después de un par de semanas de andar bien, de aquí para allá, con prendas holgadas y conversaciones que nunca me dejaron satisfecho, como si ya conociera todo de él.
Y se pasó una noche llorando, porque se iba, bebió algo de leche y dejó unas fotografías, de Jerry y ellos, a Jerry lo recuerdo más porque le gustaba usar el pelo largo, como a mí, y tiene casi mi edad, pero solo charlamos una vez… bueno, se fue y yo pensé: voy por una piedra y le marcaré algo, la conservaré así como él mis sonrisas (me mostró lo imbéciles que podemos ser los hombres, aún así no aprendí, ¿me disculpas?).
La piedra, ya no la tengo, la recuerdo, eran manos y el autobús aquél; se comió un miedo y se llevó el corazón de Ana otra vez.
Hasta ahora mi Gerardo parece quedarse allá lejos donde está, o donde nunca ha estado.
Gracias.
Escribes de una manera extrañita que nunca habia leido. Me latió.
ResponderEliminarMe gustó... bastante, BASTANTE!!
ResponderEliminarBuena onda... saludos!
El sentimiento que duele y se toca con mucho cuidado, tanto que genera un velo somonoliento y confuso en el recuerdo.
ResponderEliminarSaludos
Muy buena entrada, medio misteriosa. Me agrada bastante.
ResponderEliminar