Son en días como este cuando el ir y venir de la ciudad me revuelve el estómago, entonces me siento en el sofá de color carmín, ese maloliente sofá… sin importarme. Me fumo uno o dos cigarrillos, observo la calle, las personas… nada.
Se llega la noche y tomo la chaqueta de cuero gastado, esa que me hace lucir como estrella de rock; salgo dejando el viejo departamento muy atrás, me envuelve el murmullo del incitante ambiente. Entonces algún transeúnte captura mi mirada, alguno que sobresalga de entre la hastiosa muchedumbre, pues me enferman en realidad.
Sigo en el juego, camino un poco, no demasiado cerca de la víctima pues no queremos que huya despavorida… no, es más bien un ritual en movimiento, me llena los sentidos. Corro.
Luego no hay mucho que contar, la chica grita, patalea y se resiste… en vano. ¿Por qué de una vez no se calla? ¿Acaso no se da cuenta que inevitablemente morirá? ¡Oh! La lucha por la supervivencia, ¡qué fascinante!
Tomo su delgado cuello entre mis manos, aprieto un poco, poquito más, quizás un poco más… es todo. Sus músculos se relajan y cae ligeramente entre mis brazos. Muerta, casi un ángel.
No me malinterpreten, no es sangre ni escenas gore lo que busco. Sencillamente el placer del encuentro, la intensidad, el desafío. Es casi como tener sexo con una chica diferente todos los días, sin tener que soportar las consecuencias.
Luego me marcho, me esfumo, embriagado... sin dejar rastro. De vuelta al sofá.
Todas las noches, algunos días, días como este.
Pareciera una noche cualquiera en la vida de Lestat...
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